¿Qué tienen en común filosofía, arquitectura y arte sonoro?
¿A dónde puede llevarnos el análisis del sonido? ¿Dónde están los límites de la filosofía, que siempre hemos concebido de un modo tradicional? ¿Qué fines persigue una reflexión sobre la estética? ¿Qué tienen en común filosofía, arquitectura y arte sonoro? Éstas y otras cuestiones son las que se esconden tras el trabajo de Alex Arteaga, quien no puede evitar ver en los espacios lugares de creación de sonido donde la estética cobra una vital importancia.
La necesidad de indagar sobre los cauces por los que actualmente discurre la consideración de la estética y actualizarlos (reinventarlos, redefinirlos, innovarlos), así como poner los saberes de diferentes disciplinas al servicio de la creación de conocimiento es un firme propósito en el que el arte sonoro, como rama trasversal que encierra la potencialidad de tocar distintas manifestaciones y áreas, juega un papel muchas veces desconocido. Más allá de la música experimental o la composición electroacústica, a la que muchas veces queda reducida su versatilidad, el sonido tiene extraña virtud de ocupar un espacio intangible, un volumen cuya capacidad, distribución, forma o composición repercute directamente en su cualidad y calidad. La toma en consideración del sonido casi como una cuarta dimensión permite replantearse los cánones de la belleza, ahora transformada en una realidad inmaterial apreciable sólo al oído. Superando la estética clásica, tridimensional, tangible y visible, el sonido envuelve el conjunto con un broche final de armonía, que debe entrar de lleno en el plano de los factores a tener en cuenta para construir una verdadera estética contemporánea.